Ivan y Amparo en Berlin
Te digo adiós reconociendo que, al principio, nos costó conocernos. Quizá yo esperaba más de tí, y quizá tú, esperabas que yo te mirase con otros ojos. Poco
a poco nos hicimos. Aprendimos a mirarnos, a tocarnos; a entender que eres fría pero no significa que seas antipática. Simplemente, naciste así.
Me dejaste recorrer la cicatriz que te cruza la cara; reconocer parte de la sombra de tu vida que nunca tuvo que ser y que te dejó en ruinas. Y que intentas
ocultar, esconder avergonzada. El capricho de un loco.
Y al final, despues de estos 6 días con sus 6 noches, te he conocido. Te conozco. Tu luz, tan gris; tu olor, tu silencio.
Eres húmeda, silenciosa, abierta. Como una mujer después de hacer el amor.
Hasta siempre, Berlín.



Ivan y Amparo en San Petersburgo
La San Petersburgo del lujo infame de los zares. La del techo y las paredes de los palacios y las cúpulas de las iglesias de pan de oro. La del pueblo muriéndose de hambre. La de los bailes de salón de la nobleza.
La Leningrado heroica, la de los 900 días asediada por los nazis y nunca rendida. La que ni cayó, ni calló. La que una fría noche de Octubre de 1917 dijo que ya estaba bien de que unos bailaran y otros lloraran con aquel primer cañonazo del Aurora.
La que durante dos días me ha dejado conocerla. La que brilla más de noche que de día. La que cambia de clima en cuestión de minutos, lluvia intensa, sol de justicia, frío ruso.
La de rusas morenas que te sonríen desde un puente.

Ivan y Amparo en Cadiz
Otro final de viaje, otro rehacer maletas. El nudo de siempre cada vez que dejo atrás una ciudad en la que he sido feliz durante unos días, en las tripas. Los recuerdos que se vienen conmigo, aparte del eterno ritual de imán y chupito.
El aprender que hay otra manera de tomarse la vida, sin prisas, a guasa. Porque ésta ciudad se despierta a las doce del mediodía y nunca sabes qué va a estar abierto y qué no. Hay calles por las que hemos pasado siete veces y cada vez aparecia abierto un local nuevo que el día de antes, o dos horas antes, estaba cerrado.
Calles estrechas, callejones, plazas. Adoquines, piedras que vinieron de América y hoy son el suelo completo de una vieja plaza. Fotos, fotos, fotos. Nunca pensé que una ciudad tan pequeña mereciera tantas fotos…
Pero es que cada calle, cada esquina, cada plaza, tiene Historia.
Aquí la gente sale a pasear al perro con la botella de jabón en la otra mano. Y sí, dicen killo, pisha, xoxo, saschichas, bastinazo y un sin fin de palabrejas más.
Me han explicado que Cádiz ya no puede crecer más, porque cada vez que hacen «un boquete en er zuelo zalen obras romanas de nueva coztrucción». Y así, mil.
Y escriben por las paredes cosas como qué wapa ere, extraterrete o ¿farta musho par metorito?
El no saber a ratos, cuando caminas pegado al mar, si estás en Cádiz o en La Habana, hasta que escuchas un «que bastinazo tienes, mi arma» y te acuerdas.
Y bueno, que aquí se queda un trocito de mi. Como en cada ciudad, como en cada país.
Pero llegó la hora de volver.
Hasta siempre, Cádiz. Hasta siempre, bonita
